lunes, 1 de octubre de 2007

PIERRE BORDIEU - HANS HAACKE

En 1991, el sociólogo francés Pierre Bourdieu y el
artista plástico alemán Hans Haacke mantuvieron una
serie de encuentros en los que conversaron largamente
acerca de las posibilidades políticas de la práctica
intelectual y de la creación artística en la sociedad
actual. De ese encuentro surgió Libre-Échange, un
exhaustivo intercambio de experiencias y opiniones
acompañado de las provocativas obras de Haacke. A
continuación, se presenta un pasaje del diálogo, en el
que se discute el papel de intelectuales y artistas,
su relación con el Estado y las instituciones y la
necesaria compenetración entre forma y contenido que
debe sostener el arte político.

En el torno del Estado

Pierre Bourdieu: Conocemos "intelectuales" que, para
escapar al desencanto provocado por el fracaso de los
regímenes llamados "socialistas " (es una hipótesis
optimista: también está la ambición de poder que
permite ejercer, por otros medios, una influencia
imposible de ejercer únicamente por medios
intelectuales), se han pasado del lado de la gestión.
A partir de los años 60, algunos intelectuales -en su
mayoría sociólogos o economistas influidos por el
modelo americano- exaltaron la figura del experto
responsable o del tecnócrata gestionador contra la
imagen dominante por entonces del intelectual crítico
-Sartre en particular. Curiosamente, es probable que
la llegada de los socialistas al poder haya golpeado
de manera decisiva a este tipo de personaje. El poder
socialista suscitó su corte de pequeños intelectuales
que, de coloquios en comisiones, han ocupado el centro
de la escena, disimulando o combatiendo el trabajo de
aquellos que seguían resistiendo en sus
investigaciones de todo tipo.
Hans Haacke: Tal vez hay allí un conflicto
irresoluble. Ningún organismo, y seguramente tampoco
una sociedad compleja como la nuestra, puede existir
sin un dispositivo de gestión. No dudo que ganaremos
con la presencia de intelectuales en los órganos de
gestión. Pero también sé que el objetivo de la gestión
es ante todo asegurar el funcionamiento más que la
reflexión y la crítica. Son responsabilidades
contradictorias. Conozco, por haberlo observado
personalmente, el cambio radical, y probablemente
inevitable, que sufren los personajes del mundo del
arte cuando pasan de la crítica a la gestión de las
instituciones o a la organización de muestras.
PB: Por medio del empequeñecimiento, o incluso la
demolición del intelectual crítico, lo que se pone en
juego es la neutralización de todo contrapoder.
Estamos de más: gente que tiene la pretensión de
oponerse, individual o colectivamente, a los
imperativos sagrados de la gestión es totalmente
insoportable. Y allí encontramos otra antinomia o, al
menos, una contradicción muy difícil de superar. Las
actividades de investigación, tanto en el terreno del
arte como en el de la ciencia, necesitan del Estado
para existir. En la medida en que, de manera general,
el valor de las obras está en una correlación negativa
con la extensión del mercado, las empresas culturales
sólo pueden existir y subsistir gracias a los fondos
públicos. Las radios o los canales de televisión
culturales, los museos, todas las instituciones que
ofrecen high culture, como dicen los neocons
(neoconservadores), sólo existen gracias a los fondos
públicos, como excepciones a la ley del mercado que
son posibles por la acción del Estado, único capaz de
asegurar la existencia de una cultura sin compradores.
No se puede hacer depender la producción cultural de
los riesgos del mercado o de los gustos de un mecenas.
HH: A título de anécdota, en el Museo Busch-Reisinger
de la Universidad de Harvard, un museo especializado
en el arte alemán, hay ahora un "Daimler-Benz
Curator". Este curador ocupa una especie de cátedra
pagada por Mercedes Benz. Es impensable que ese museo
presente algún día mi trabajo.
PB: Por definición, el Estado es aquel que da una
solución no lógica (no la hay) sino sociológica a la
paradoja del Free Rider, cara a los economistas
neoclásicos. Solamente el Estado está en condiciones
de decir, con posibilidades de ser escuchado y
obedecido: tomes o no tomes el autobús, vayas o no al
hospital, seas negro o blanco, cristiano o musulmán,
debes pagar para que haya autobuses, escuelas,
hospitales abiertos a los negros y a los blancos, a
los cristianos y a los musulmanes. El liberalismo
radical es, evidentemente, la muerte de la producción
cultural libre porque la censura se ejerce a través
del dinero. Si por ejemplo yo tuviera que encontrar
sponsors para financiar mi investigación, me costaría
mucho trabajo. Un poco como usted, si usted tuviera
que ir a pedir ayuda a Mercedes o a Cartier.
Evidentemente, esos ejemplos son algo groseros, pero
pienso que son importantes porque en los casos límite
se puede ver claramente lo que está en juego.
HH: En los Estados Unidos hay una tradición
completamente diferente. Casi todas las instituciones
culturales son privadas y dependen de la gracia de los
donantes y, en los últimos tiempos, de los sponsors.
Es aterrador que en Europa comience a seguirse el
modelo americano. Las instituciones que estaban
liberadas de la tutela de los príncipes y de la
Iglesia se encuentran cada vez más bajo el control de
las empresas privadas. Esas empresas, evidentemente,
están obligadas a servir sólo a los intereses de sus
accionistas, es su razón de ser. La privatización de
hecho de las instituciones culturales tiene un costo
terrible. En la práctica, la república, la res
publica, es decir la cosa pública, se ha abandonado.
Aun cuando los sponsors no pagan más que una pequeña
parte de los gastos, en realidad, deciden el programa.
De Montebello, un experto en esos asuntos, ha admitido
que "es una forma inherente de censura, insidiosa y
oculta". Es difícil corregir la situación una vez que
el Estado ha abdicado y que las instituciones terminan
siendo dependientes, en el sentido fuerte, de los
sponsors. Mientras que en definitiva, al nivel del
presupuesto nacional, los contribuyentes siguen
pagando la cuenta, las instituciones por su parte,
cada una en su sector, notan únicamente el alivio en
los gravámenes. Cada vez más, se acostumbran a las
limitaciones del contenido de sus programas. La
gestión ha triunfado. Sin embargo, el gerente de
Cartier nos ha advertido implícitamente que el
entusiasmo de los sponsors no está garantizado para
toda la eternidad. En una entrevista, declaraba: "La
cultura está de moda, mejor así. Mientras siga
estándolo, habrá que utilizarla". Es ingenuo creer que
el Estado va a retomar sus responsabilidades en
materia de cultura cuando los Cartiers del mundo hayan
dejado de interesarse en ella.
PB: De hecho -y aquí volvemos a encontrar la
antinomia- debe darse un cierto número de condiciones
que sólo el Estado puede asegurar para la existencia
de una cultura crítica. En suma, debemos esperar (e
inclusive exigir) del Estado los instrumentos de la
libertad frente a los poderes, económicos pero también
políticos; es decir, frente al Estado mismo. Cuando el
Estado se pone a pensar en la lógica de la
rentabilidad y la ganancia, en materia de hospitales,
escuelas, radios, televisión, museos o laboratorios,
están amenazadas las conquistas más altas de la
humanidad: todo aquello que pertenece al orden de lo
universal, es decir, del interés general, del cual el
Estado, quiérase o no, es garante oficial. Por eso es
necesario que los artistas, los escritores y los
estudiosos, que tienen en depósito algunas de las
adquisiciones más escasas de la historia humana,
aprendan a utilizar contra el Estado la libertad que
el Estado les asegura. Es preciso que trabajen
simultáneamente, sin escrúpulos ni mala conciencia,
para aumentar el compromiso del Estado y la vigilancia
respecto de la influencia del Estado. Por ejemplo,
cuando se trata de la ayuda del Estado a la creación
cultural es preciso luchar a la vez por el aumento de
esta ayuda a las empresas culturales no comerciales y
por el aumento del control sobre el uso de esta ayuda.
Por el aumento de la ayuda, contra la tendencia cada
vez más extendida hoy a medir el valor de los
productos culturales de acuerdo con la amplitud de su
público, y por lo tanto de condenar simplemente, como
en la televisión, las obras sin público. Por el
aumento del control ejercido sobre el uso de esta
ayuda, porque, si el éxito comercial no garantiza el
valor científico o artístico, la ausencia de éxito
comercial tampoco, y porque no se debe excluir a
priori que, por ejemplo, entre los libros difíciles de
publicar sin subvención, puedan existir algunos que no
merezcan ser publicados. Pero, de manera más general,
es preciso evitar que el mecenazgo de Estado, que
obedece a una lógica muy similar a la del mecenazgo
privado, dé lugar a que quienes detentan el poder del
Estado se hagan una clientela (como se ha visto
recientemente en las compras de pinturas o en la
atribución de adelantos para el cine) o inclusive una
verdadera corte de "escritores", "artistas" e
"investigadores". Sólo si se refuerza al mismo tiempo
la ayuda del Estado y los controles sobre los usos de
esta ayuda, y en particular sobre los desvíos privados
de los fondos públicos, se podrá escapar prácticamente
a la alternativa entre el estatismo y el liberalismo,
en la que los ideólogos del liberalismo nos quieren
encerrar.
HH: Sí, seguramente allí está nuestra responsabilidad
más esencial.
PB: Lamentablemente, los ciudadanos y los
intelectuales no están preparados para esta libertad
respecto del Estado, tal vez porque esperan demasiado
de él a título personal: carreras, condecoraciones,
montones de cosas, a menudo completamente absurdas,
por las cuales defienden al Estado y son mantenidos
por él. y luego, está la ley (podríamos llamarla ley
de Jdanov) que hace que cuanto más débil es un
productor cultural, cuanto menos reconocido está por
las leyes específicas de su universo, más necesita de
los poderes exteriores, más dispuesto está a apelar a
esos poderes (los de la Iglesia, el partido, el dinero
o el Estado, según los lugares y los momentos) para
imponerse en su universo. Robert Darnton ha hecho un
gran favor al pensamiento realmente crítico al
recordar que una parte muy considerable de los
revolucionarios franceses provenía de la bohemia de
los escritores y de los sabios fracasados. Marat era
un sabio muy malo que mandó a la guillotina a sabios
muy buenos. El mecenazgo de Estado corre siempre el
riesgo de favorecer a los mediocres, siempre más
dóciles. En 1848 tenemos un gobierno de izquierda, el
hermano de Louis Blanc es ministro de Cultura y se le
encarga a un pintor de segunda que haga el retrato de
la República... y sabemos bien que, en general, el
progresismo en materia política no va automáticamente
de la mano con el radicalismo estético, por razones
sociológicas bastante evidentes. Un pensamiento
verdaderamente crítico debe comenzar por una crítica
de los fundamentos económicos y sociales más o menos
inconscientes del pensamiento crítico. Muy a menudo,
como usted lo ha observado antes, un pensamiento
realmente crítico lleva a oponerse también a aquellos
que rodean de justificaciones críticas pensamientos o
prácticas conservadoras, o que solamente adhieren a
tomas de posición críticas porque no están en
condiciones (esencialmente por falta de competencia)
de ocupar las posiciones que en general se asocian al
conservadurismo.
HH: No hay duda de que los fondos públicos siempre
pueden ser utilizados para apoyar a pintores de
segunda o para alimentar un arte oficial. Respecto de
la compra pública, un sector extremadamente expuesto a
las presiones políticas, existen, de hecho, muchos
ejemplos espantosos. Pero si se examinan más de cerca
los encargos y las compras privadas, encontramos que
la situación no sólo no es mejor sino que es peor. Lo
que siempre cuenta es la inteligencia -y la
independencia- de los responsables. Las obras de la
exposición de "Arte degenerado" organizada por los
nazis provenían exclusivamente de colecciones
públicas. Lo que significa que, a pesar de la
oposición del emperador y de las autoridades que lo
seguían en 1918 y que, como él, no sabían nada de
arte, los directores de los museos alemanes habían
adquirido una cantidad de obras importantes de la
vanguardia de su época. Otro ejemplo: la comparación
entre las adquisiciones en materia de arte
contemporáneo del Museo de Arte Moderno de Nueva York,
institución privada que depende en primer lugar de las
donaciones, y las del Centro Pompidou demuestra que
los funcionarios franceses pudieron permitirse ser más
audaces y reunir, con fondos públicos, una colección
más importante en sectores un poco "arriesgados" desde
el punto de vista del mercado, la moral o la
ideología.
PB: Un sistema público deja un margen más grande de
libertad, pero hay que ser capaz de usarlo. A los
filósofos les gusta mucho plantear la cuestión de la
libertad del filósofo profesor estatal. De hecho, es
muy importante que haya profesores de filosofía
contratados por el Estado. Pero a condición de que
sepan usar verdaderamente la libertad que les da el
ser titulares de una posición garantizada por el
Estado, inclusive para alzarse, llegado el caso,
contra el Estado o más precisamente contra el
pensamiento de Estado. Pero no lo hacen muy a menudo;
en todo caso, menos de lo que creen... y los poderes
de Estado hábiles saben muy bien cómo se puede
manipular a los artistas, invitarlos a la garden-party
del Elysée, etc. Con todo, es verdad que cuando hay un
curador audaz le puede comprar a usted sus obras.
Mientras que si estuviera financiado por empresas
privadas no podría hacerlo.
HH: Quizás le hace falta más audacia al nuevo curador
de las galerías contemporáneas del Centro Pompidou que
a sus colegas de otra época: antes de su nominación
fue curador de la Fundación Cartier.
PB: Y en la ciudad de Graz, ¿cuál es el estatuto del
curador? ¿Es un curador estatal?
HH: La situación en Graz es algo compleja. Todos los
otoños, desde 1968, hay en Graz un festival cultural,
el Steirischer Herbst (el Otoño de la Estiria). Es
financiado por la ciudad de Graz, por la provincia de
Estiria y por el gobierno austríaco de Viena.
PB: Es una manifestación ocasional. No es una
estructura permanente.
HH: Werner Fenz, el curador que estaba encargado de
organizar la sección Artes Plásticas del festival en
el que yo participaba, es curador de la Neue Galerie,
el pequeño museo de arte moderno de la ciudad de Graz.
PB: Es curiosamente audaz...
HH: Absolutamente. Por suerte no era el único. Para el
vigésimo aniversario del festival, los organizadores
habían decidido conmemorar otro aniversario, el del
Anschluss, la anexión de Austria por Hitler en 1938.
Se invitó a dieciséis artistas a crear obras
destinadas a instalarse de manera temporaria en
lugares públicos que habían jugado un papel
significativo bajo el régimen nazi. Werner Fenz
explicó su proyecto con una claridad admirable:
"Puntos de referencia (título de la exposición)
debería incitar a los artistas a tratar la historia,
la política y la sociedad, y reivindicar así un
espacio intelectual que está hoy librado a la
indiferencia cotidiana dentro de un retroceso
progresivo, desconsiderado y manipulado". Yo propuse
ocultar la estatua de la Virgen del centro de la
ciudad, como habían hecho los nazis en 1938, bajo un
obelisco lleno de insignias hitlerianas y agregar un
balance de los muertos provocados por el nazismo en la
provincia de Estiria. Al presentar este plan, estaba
absolutamente convencido de que era imposible
realizarlo. Pero sólo participaría de la muestra con
esa condición. Los directivos hubieran podido decir
que mi proyecto superaba los límites del presupuesto.
Hubieran podido rechazarlo por razones de seguridad
pública en una región donde aún hoy existe un número
importante de simpatizantes nazis. También hubieran
podido invocar el respeto por la Virgen, como hizo un
diario luego de que mi memorial a las víctimas nazis
recibiera una bomba incendiaria. A pesar de todos esos
argumentos y de todos esos obstáculos, el proyecto fue
realizado. La ciudad, que está gobernada por los
socialdemócratas, y la provincia, gobernada por los
conservadores, colaboraron ambas. Como había esperado,
el memorial actuó como catalizador de la conciencia
histórica entre la gente de Graz. Se cree que la
censura y la autocensura están por todas partes -y es
verdad, existen. Pero si se ponen a prueba los
límites, se encuentra cada tanto que siempre hay
agujeros en la pared, que ésta se puede perforar.
Puede ocurrir, a pesar de todo, que se hagan cosas,
cuando se creía que era imposible hacerlas.
PB: Los universos sociales se han vuelto muy
complicados: son conjuntos de juegos muy complejos y
separados. Ya nadie puede controlar todo. Por lo
tanto, en virtud de la competencia de un ministerio
contra otro, de una oficina contra otra, en un mismo
universo, o de la competencia entre universos, puede
ocurrir cualquier cosa. Pero con un enorme desgaste...
Depende a menudo de una persona, pero que quiere y
sabe sacar partido del "juego" que implican todas las
estructuras.
HH: O es una persona o se trata de una constelación
anormal, como la que encontré en Berlín después de la
caída del muro y antes de la reunificación. Si no se
intenta, no pasa nada. Si se tiene éxito, queda un
precedente sobre el cual es posible apoyarse luego.
PB: Para vincular esto con la cuestión del "clima"
intelectual, se puede suponer que, dado que en general
la gente renuncia a emprender una acción más allá de
un cierto umbral de posibilidades de éxito, el clima
que busca desacreditar a los intelectuales críticos,
que tiende a bajar la estimación de las posibilidades
de hacer cosas y lograrlas, favorece una forma de
autocensura o, peor, un sentimiento de desmoralización
o desmovilización. Por eso acciones como la suya
tienen, en estos tiempos, mucho valor. Para hablar
como Max Weber, valor de "profecía ejemplar".
HH: En la obra de Graz, como en las de Berlín o de
Königsplatz de Munich, no aportaba verdaderamente
informaciones nuevas. Pero hay otras, como aquella
sobre las vinculaciones entre Philip Morris y el
senador Helms, que contienen una parte de información
desconocida hasta ese momento y que, en consecuencia,
producen un efecto de revelación. A lo largo de mis
averiguaciones sobre las maniobras del fabricante de
cigarrillos, que hace saber a todo el mundo que "el
desarrollo de la empresa pasa por el arte", di con
esta pequeña bomba de información: el sponsor del Bill
of Rights subvencionaba no solamente las campañas
electorales de Helms, como sospechaba, sino que además
los cowboys de Philip Morris habían dado 200.000
dólares para un museo en su honor, destinado a
difundir "los valores americanos" que él representa.
Incorporé esta noticia en un collage facsímil de un
collage de Picasso que formaba parte de la exposición
Braque- Picasso, auspiciada por Philip Morris en el
Museo de Arte Moderno de Nueva York, y en el cual
reemplacé los recortes de diarios originales por
fragmentos de la prensa de hoy. El New York Times y
otros diarios hicieron una larga reseña de mi
descubrimiento y luego informaron sobre las respuestas
incómodas de los portavoces de la empresa. Como
protesta a la ayuda que daba Philip Morris al enemigo
de las artes y de los homosexuales, varios artistas se
retiraron de eventos organizados por Philip Morris. La
organización gay Act Up llamó al boicot mundial de
Marlboro y de Miller, una cerveza que es también un
producto de Philip Morris. Hubo ecos del boicot hasta
en Berlín. Finalmente, el sponsor de Helms decidió
donar dinero para la lucha contra el sida y hacerlo
saber.
PB: Usted es la prueba de que un hombre prácticamente
solo puede producir inmensos efectos al romper el
juego, al destruir la regla y, frecuentemente, por
medio del escándalo, el instrumento de acción
simbólica por excelencia; o en todo caso, prueba que
no estamos condenados a elegir entre la acción
colectiva, la manifestación de masa o la entrega a un
partido, y la apatía individual, la renuncia y la
resignación.
HH: Lo que nos ayudó, seguramente, es que Jesse Helms
tiene muy pocos amigos en la prensa neoyorkina.
Además, esa revelación coincidía con el gran debate en
los Estados Unidos sobre los peligros del fumar.
Incluso el Ministerio de Salud de Washington acusó a
Philip Morris de ser un "mercader de la muerte". La
impertinencia de presentarse con el lustre del Bill of
Rights se transformó en un boomerang.

Una política de la forma

PB: En este punto me parece que habría que reflexionar
sobre el hecho de que el proceso de autonomización del
mundo artístico (respecto de los mecenas, las
academias, los Estados, etc.) estuvo acompañado por
una renuncia a las funciones, políticas en particular.
y que uno de los efectos que usted produce consiste en
volver a introducir esas funciones. Dicho de otra
manera, la libertad adquirida por los artistas a lo
largo de la historia, y que se limitaba a la forma,
usted la extiende también a las funciones. Lo que
lleva al problema de la percepción de sus obras: están
aquellos que se interesan por la forma y que no ven la
función crítica y aquellos que se interesan por la
función crítica y no ven la forma, cuando en realidad
la necesidad estética de la obra consiste en el hecho
de que usted dice cosas, pero de una forma que es tan
necesaria, y subversiva, como lo que dice.
HH: Creo que pocas veces el público de aquello que
llamamos "el arte" es homogéneo. Siempre hay una
tensión entre aquellos que se interesan ante todo por
"lo que se cuenta" y aquellos que privilegian la
manera. Ni unos ni otros pueden comprender y apreciar
la obra de arte en su justo valor. Las "formas" hablan
y el "sujeto" se inscribe en las "formas". El conjunto
está inevitablemente impregnado de significaciones
ideológicas. No es diferente en mi trabajo. Están
aquellos que se sienten atraídos por el tema y las
informaciones...
PB: El mensaje.
HH: ... explícito o implícito. Quizás sienten que sus
opiniones se refuerzan cuando se dan cuenta de que no
son los únicos que piensan lo que piensan. Nos gusta
cuando damos con algo que nos ayuda a articular
nuestras ideas vagas y les da una forma más clara.
Entonces, predicar ante un converso, como se dice, no
es para nada una pérdida de tiempo. Buena parte de la
publicidad y todos los candidatos a las elecciones lo
hacen, y con buenas razones. Enfrente de los
simpatizantes hay gente que no está de acuerdo,
incluidos aquellos que intentan suprimir mis obras
-hay varios ejemplos espectaculares. Los intentos de
censura demuestran al menos que los censores piensan
que la exposición de mis obras puede tener
consecuencias. Entre estos dos extremos, hay un
público que es curioso pero que todavía no tiene
opiniones muy afianzadas. Allí es donde encontramos
gente dispuesta a volver a examinar sus posiciones
provisorias. Corresponden, grosso modo, al público al
que apuntan los expertos del marketing y de las
relaciones públicas, encargados de ensanchar el
mercado de un producto o de opiniones. Es también en
ese sector vago donde se sitúa una buena parte de la
prensa. Evidentemente, es un croquis muy global. En el
grupo que se interesa más en aquello que
provisoriamente hemos llamado la "forma" (cada vez que
utilizo esta dicotomía, a mi parecer totalmente
engañosa, sufro), existe un importante número de
estetas que piensan que toda referencia política
contamina el arte, porque introduce aquello que
Clement Greenberg llama ingredientes
"extra-artísticos". Para estos estetas, es sólo
periodismo, o peor, propaganda, comparable al arte
estalinista o al de los nazis. Ignoran, entre otras
cosas, que mi trabajo está lejos de ser apreciado por
el poder. En la base de este argumento está la
hipótesis de que los objetos que constituyen la
historia del arte han sido producidos en un vacío
social y, por consiguiente, no revelan nada sobre el
entorno de su nacimiento. En verdad, los artistas eran
muy conscientes de las determinaciones
político-sociales de su tiempo, a menudo han llegado
incluso a crear obras para servir a objetivos
específicos y prescriptos. La situación, en Occidente,
parece haber llegado a ser más compleja desde el siglo
XIX con la desaparición de las órdenes de la Iglesia y
los príncipes. Pero el arte burgués de los Países
Bajos en el siglo XVII demuestra que ya en esa época
era una manifestación de las ideas, actitudes y
valores del clima social colectivo y de los personajes
específicos de su tiempo. En principio, nada ha
cambiado desde entonces. Las obras de arte, les guste
o no a los artistas, son siempre marcas ideológicas;
aun cuando no estén al servicio de clientes
identificables de manera manifiesta. En tanto marcas
de poder y de capital simbólico (espero que el uso que
hago de sus términos sea exacto), esas obras juegan un
rol político. Diversos movimientos artísticos de este
siglo -pienso entre otros en fracciones importantes de
los constructivistas, los dadaístas y el surrealismo-
han llegado a perseguir objetivos explícitamente
políticos. Me parece que la insistencia en la "forma"
o el "mensaje" es una suerte de separatismo. Una y
otro son altamente políticos. Si se habla de la
función de propaganda de todo arte, quisiera agregar
lo siguiente: la significación y el impacto que tiene
un objeto dado no están fijados para siempre.
Felizmente, a la mayor parte de la gente no le
preocupa tanto la pretendida pureza del arte.
Evidentemente, en el ambiente artístico se interesan
mucho en las cualidades específicamente visuales de
mis obras: se preguntan cómo se inscriben en la
historia y si he desarrollado nuevos procedimientos.
Son más hábiles para descifrar las "formas" en tanto
significantes y existe una apreciación más precisa de
las técnicas. A la manera de la gente que es capaz de
identificar alusiones políticas sutiles, a los
simpatizantes de mi ambiente les gusta descubrir las
referencias a la historia del arte inaccesibles para
los profanos. Creo que una de las razones por las
cuales mi trabajo es reconocido por un público
bastante diverso es que las dos fracciones que
diferencié de manera general (evidentemente es algo
más complicado) tienen a pesar de todo la impresión de
que a través de las "formas" se expresa un "mensaje" y
que el mensaje no podría darse si no tuviera una
"forma" adecuada. Lo que cuenta es la integración de
ambas partes.
PB: ¿Usted quiere decir que, aun cuando privilegien
uno de los dos aspectos, sienten confusamente la
presencia del otro?
HH: Sí, eso creo.
PB: ¿Y que sienten que sus obras son doblemente
necesarias: desde el punto de vista del mensaje y
desde el punto de vista de la forma y de la relación
entre ambos?
HH: Lo que también juega un papel importante es el
contexto en el que un público encuentra mis obras. Hay
una diferencia entre la gente que las encuentra en
lugares públicos, como Graz, Munich y Berlín, y la
gente que visita los museos o la que -más
especializada todavía- frecuenta las galerías. No hay
duda de que las dos últimas categorías miran mi
trabajo en tanto que arte, aun cuando discuten su
carácter artístico, como lo hace Hilton Kramer. Por el
contrario, los transeúntes no iniciados de la calle lo
perciben con otro ojo. A menudo, trabajo
deliberadamente para el contexto específico. Entonces,
el entorno social y político del lugar de la
exposición juega un papel, como el carácter
arquitectónico del espacio. Las circunstancias
simbólicas del contexto son de hecho, a menudo, mis
materiales esenciales. Un trabajo especialmente hecho
para un sitio dado no puede ser desplazado y mostrado
en otra parte. Del mismo modo, la significación de los
elementos físicos depende a menudo del contexto. No es
necesariamente estable. Por ejemplo, la estrella de
Mercedes en neón, que gira sobre un gran edificio que
se ve a la entrada de París viniendo desde el norte en
tren, significa algo distinto de aquella que está en
el techo del Europa Center en Berlín (particularmente
antes de la caída del muro) y de la que yo puse en un
mirador de las fortificaciones del muro.
PB: Es también uno de los lazos que la autonomización
del arte había roto: el efecto de museo arranca la
obra de todo contexto, exige la mirada "pura". También
es el lazo con el contexto el que usted reestablece.
Lo que usted dice toma en cuenta la circunstancia en
la cual es dicho. El buen lenguaje es aquel que
resulta a propósito, que da en el clavo y que, en
consecuencia, tiene eficacia. Es lo que hace que el
ejemplo de Graz sea extraordinario, hasta en el
tratamiento que el público hace de la obra; un poco
como si usted hubiera querido llevar a la gente a
quemar la obra. ¿Había usted previsto eso?
HH: No, lo incendiario no. Pero habíamos tomado
precauciones. Había guardias apostados durante la
noche. Sea cual sea el carácter de una escultura
contemporánea, tenemos bastante experiencia como para
saber que, si está ubicada en un lugar público, invita
al vandalismo. En cuanto al trabajo para un contexto
dado, me gustaría agregar que, tal como ocurre con
muchas cuestiones tocantes a la teoría y a la
sociología del arte, hay un precedente en la práctica
de Marcel Duchamp. Cuando presentaba su Fontaine en la
exposición de la Society of lndependent Artists de
manera anónima, apuntaba deliberadamente a un contexto
específico. Lo conocía bien, porque era miembro de esa
sociedad neoyorkina y podía imaginarse las reacciones
de sus colegas, jugaba con eso.
PB: Sí, pero paradójicamente hacía un poco lo
contrario de lo que usted hace. Usaba el museo como
contexto descontextualizante, por así decirlo. Esto
es: tomo el mingitorio y, por el hecho de ponerlo en
un museo, cambio su naturaleza, porque el museo va a
operar en él el efecto que ejerce sobre todos los
objetos expuestos. No es un tríptico o un crucifijo
ante el cual se va a rezar, es una obra de arte para
contemplar.
HH: Hoy es una reliquia. Pero en 1917 fue un
escándalo. En primer lugar, Duchamp logró
desenmascarar los criterios artísticos de sus colegas
que pedían que ese objeto fuera excluido del universo
artístico. Y cuando su amigo Walter Arensber compró el
mingitorio, esos criterios ya no funcionaron más como
antes. De repente, el mingitorio era percibido como
diferente de todos los otros que se podían comprar,
probablemente más baratos, en las casas de sanitarios
de Nueva York. Su significación había cambiado. Así,
Duchamp sacó a la luz las reglas del juego, el poder
simbólico del contexto.
PB: Pero usted minimiza la novedad de lo que hace al
respecto. Por supuesto, está en la misma lógica. Pero
usted introduce un contexto que ya no es justamente el
museo sino la ciudad de Graz, los habitantes de Graz,
los nazis...
HH: Creo que la mayor parte de los peatones de Graz no
reaccionaron ante mi obra como arte sino únicamente
como manifestación política. En consecuencia, el
incendio era percibido también exclusivamente como una
acción política. Sólo en el ambiente cultural de la
ciudad lo interpretaron también como un atentado
contra el arte. Si un artista sale de su ambiente,
como lo he hecho en Graz -no soy el único en hacerlo-
actúa simultáneamente en dos esferas sociales
diferentes. Las categorías de clasificación a las
cuales estamos acostumbrados están confundidas. Me
parece que la puesta en ghetto del arte es un fenómeno
nuevo. Hay intentos de "salida" en Tatlin, Heartfield
y otros. Rodtchenko concebía hasta la publicidad como
fusión del arte y de la acción social. Esas tentativas
forman parte de la historia del arte. Los museos, las
galerías y las colecciones privadas otorgan valor
simbólico (y por supuesto también económico) a ciertos
objetos y ofrecen un refugio importante e incluso una
tribuna. Pero desde hace largo tiempo hay una
sensación de malestar. Sin embargo, me pregunto si
esta sensación no tiene origen en una comprensión
romántica de la situación contemporánea y en un
malentendido profundo acerca del papel que juega este
presunto ghetto en la práctica actual. (Siento una
contradicción entre los términos "tribuna" y "ghetto"
que he utilizado.) ¿Qué interés tendrían las empresas
en auspiciar un territorio cerrado? ¿Por qué el
senador Helms y los neoconservadores se preocupan
tanto por lo que ocurre allí? ¿Y cómo se explica que
el puesto de director del Centro Pompidou o del
Whitney de Nueva York no sea únicamente percibido como
un puesto administrativo cualquiera que podría ser
ocupado por cualquier ex alumno de la ENA (Escuela
Normal de Administración) o de la Escuela del Louvre y
sus equivalentes en los Estados Unidos?
PB: ¿Puede explicar esas alusiones?
HH: Hay todo un debate acerca de la dirección de los
museos que va mucho más allá de aquel que había cuando
los acusaban de ser sucursales de los marchands de
Nueva York o de otros lados. Quienes hablan del
contexto en el que se crearon las obras son acusados
de marxistas, etiqueta altamente estigmatizante. La
práctica más habitual sigue siendo aquella que
consiste en descontextualizar los objetos, algo así
como la presentación de una colección de mariposas
raras. Evita, por defecto, toda consideración del
campo social del que emanan las obras a las cuales han
hecho alusión sus creadores. Es probable que esta
práctica sea políticamente prudente. Pero lleva a la
neutralización del arte.
Las instituciones artísticas, un poco como las
escuelas, son lugares de formación. Influyen en
nuestra manera de mirarnos a nosotros mismos y de
considerar nuestras relaciones sociales. Como ocurre
en las otras sucursales de la industria de la
conciencia, de una manera sutil, se negocian nuestros
valores. De hecho, son lugares políticos. Es un campo
de batalla en el que se encuentran las diferentes
corrientes ideológicas de la sociedad. El mundo del
arte, contrariamente a lo que se cree, no es un mundo
aparte. Lo que allí ocurre expresa la sociedad global
y tiene repercusiones. Dado que las relaciones no son
mecánicas y la complejidad de los frentes no permite
una identificación inequívoca, no es fácil demostrar
esta interdependencia arte-sociedad. Influye menos en
los detalles que a nivel del clima social. Pero como
lo sugiere la metáfora meteorológica, lo que ocurre en
regiones geográficas particulares no es completamente
desdeñable. El concepto de clima es blando. Pero estoy
persuadido de que es allí donde se deciden de manera
casi imperceptible las direcciones globales que toman
nuestras sociedades.
PB: Dicho esto, según las formas de arte el corte es
más o menos grande. Existen con todo formas de arte
que instituyen ese corte, que viven de ese corte.
HH: Pero esas formas de arte tienen una influencia
sobre lo que yo llamo el clima.
PB: Sí, al menos negativamente. No haciendo lo que
podrían hacer...
HH: Al comienzo de los años 80, unos doce años después
de la revolución cultural de los 60, hubo un
crecimiento de la pintura neoexpresionista. La llegada
al frente de la escena de ese expresionismo,
acompañado por el retorno de la pintura tradicional,
señalaba igualmente el fin de un período rico en
experimentación, análisis y compromiso social. De
acuerdo con esta lógica, la exposición Documenta de
1982 daba cuenta, grosso modo, de la restauración de
un mundo mítico, del individuo fuera de la sociedad,
del artista semidiós que lanza su desafío al mundo, de
Rambo. Correspondía, en los Estados Unidos, a la
llegada de Reagan a la Casa Blanca y, poco después, de
Kohl a la cancillería de Bonn. Margaret Thatcher ya
estaba desmantelando el Estado benefactor (y su país)
a favor de la libre empresa. Su amigo americano se
preparaba para defenderse contra el "Imperio del Mal"
en la guerra final de las galaxias. Charles Saatchi,
el dueño de la agencia de publicidad que llevaba
adelante las campañas electorales de Maggie, compraba
la nueva pintura al por mayor, contribuyendo así a
aumentar su cotización. Por supuesto, el trabajo
no-chic continuaba de manera subterránea, en la
oscuridad, y había jóvenes que se comprometían en
tentativas nuevas que sólo se reconocerían más
adelante. Sería injusto acusar a los artistas que
ganaron fortunas en esas circunstancias, o a su
entorno, de haber promovido conscientemente la
política de esa gente en el poder. Por el contrario, a
nivel del clima, creo que había una colaboración de
provecho mutuo.


El diálogo entre Bourdieu y Haacke ha sido extraido de
Pierre Bourdieu - Hans Haacke Libre-Échange, publicado
por Éditions du Seull, Parls, en 1994

Traducción: Vera Waksman

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